Miguel Manzano
FOLKLORE = MUSICAS CELESTIALES
MIGUEL MANZANO
Publicado en la revista "Da capo", n° 1, (Madrid, mayo de 1989)
    El estudio de la música tradicional siempre corrió en este país a cargo de espontáneos que nos hemos dedicado a él por puro y simple amor a las cosas. Y un espontáneo, ya se sabe, es siempre un intruso, aunque demuestre mayor oficio y entrega que los profesionales. Folkloristas se nos ha llamado siempre, no sin cierto matiz despectivo y un punto irónico, a quienes hemos ido buscando, transcribiendo, ordenando y publicando, si había suerte o arrojo, todos esos documentos de música tradicional,vivos durante siglos en la memoria de las gentes, que por momentos estamos viendo perecer en el olvido definitivo.
      Pero además de espontáneos, los folkloristas somos autodidactos, que no profesionales con carrera y título, con estudios convalidados en alguna Facultad o Instituto, que nunca hubo, o en alguna rama o sección de estudios universitarios, que tampoco, hasta muy recientemente, hubo jamás por estas tierras. Y un autodidacto, así se piensa también, nunca podrá ir muy lejos sin que algún día se descubran sus carencias básicas. Por ello el profesional de la música siempre se pondrá de espaldas y cerrará el camino, si puede, a ese osado que, sin pasar por las horcas caudinas de periódicos exámenes, pruebas y oposiciones, manifiesta unos conocimientos que no tienen sello de garantía en los libros de actas.
      Folklorista es, en efecto, en opinión de los músicos profesionales, ese aficionado que, en música, no vale para otra cosa.

Frase de un profesor a uno de sus alumnos, en vísperas de oposiciones a Conservatorios: "Preséntate a Folklore y no tendrás problemas para aprobar: con cuatro tonterías que te aprendas, pasarás". Afortunadamente, no sucedió así.

       Para ser folklorista, se piensa, no es necesario sufrir un examen o pasar una prueba, o someterse al control de calidad de algún jurado o tribunal. Basta con sacar a la luz un libro más o menos voluminoso que recoja la trascripción de tonadas tradicionales. El profesional de la música mira con cierta distancia y con algún recelo esas producciones musicales un tanto liminares dando, sin duda, más valor al esfuerzo y a la paciencia del recopilador que a la calidad musical de un contenido, que, si lee, es sólo por encima, mientras piensa: música popular ..., sí, muy interesante, mucho colorido, mucho ritmo, pero música menor, imperfecta, repetitiva, poco "culta". Esta suele ser en el fondo la opinión del profesional músico ante el folklore musical, aunque no la haga explícita en ciertas circunstancias, ya que no conviene ir de frente contra toda una época que, tomando como base elementos de música tradicional, produjo obras imperecederas, aunque hoy se considere ya poco menos que agotada.
       En consonancia con esta opinión generalizada, el interés por este hecho tan extraordinario que es el fondo de la música de tradición oral es también una excepción entre los profesionales de la música. Los hechos demuestran que la música popular es para casi todos ellos, aunque abiertamente no lo manifiesten, una música menor, del género ínfimo (el llamado 'género chico' se salva por ser música de autor, aunque por los pelos, ya que roza lo popular).

"La verdadera popularidad del maestro (Chapí) estriba en lo que le ha dado su mayor fama y le ha valido los mejores ingresos, en el enorme fárrago de sus ciento y pico de partituras para el género chico. Inútil creo decir que en esta esfera reducida, la música fácil, juguetona y caprichosa del gran artista se movía con singular desenvoltura, y ha creado sus mayores maravillas: cuadritos pequeños de finos y delicados matices, de sentimiento tierno, de intimidad confidencial, trazados con exquisita elegancia y algunas veces con peregrino estilo" (Rafael Mitjana).

       Las raras veces que un músico de talla ha tenido contacto (en otros tiempos, porque en éstos el lenguaje ha cambiado tanto, que tal contacto es poco menos que imposible) con la música de tradición oral, ha sido con el único objeto de tomar de ella algunos datos, revistiéndolos de un ropaje "culto" sin el cual no podría aquella música presentarse ante el respetable y selecto público de los melómanos, que no soportaría directamente lo popular, por vulgar y simple, si previamente no estuviese retocado y elevado de categoría por el soplo del genio, ó al menos por el talento del profesional, que le confiere la dignidad de lo artístico.

"Aquí (en El sombrero de tres picos) los elementos populares son mucho más directos y abundantes, si bien ennoblecidos por un tratamiento musical de primer orden y una orquestación esplendorosa (Tomás Marco, Historia de la música española, Alianza Música, 6, p. 26).

       Aunque estoy cargando un poco las tintas, es evidente que no exagero al afirmar que, en general, la música de tradición oral, además de desconocida, es objeto de menosprecio en el gremio de los músicos profesionales. Pero incluso cuando éstos son musicólogos, si nos seguimos ateniendo a los hechos. Pues a todo ese conjunto de artistas, divos, autores y creadores, geniales intérpretes y músicos directores, del presente y del pasado, que forman el mundillo de la música llamada "culta", se dedica hoy, con servicial fidelidad, la casi totalidad del trabajo y la reflexión de los musicólogos. Mientras que las crónicas, reseñas y comentarios de prensa, las críticas, estudios y reportajes de las revistas especializadas, los trabajos y tesinas de los estudiosos, muy rara vez rozan los innumerables puntos de reflexión que a cualquier mente un poco inquieta por el mundo de los sonidos le debería suscitar ese hecho tan extraordinario, tan desconocido y tan sugerente que es la música de tradición oral. Crudo lo tiene, pues, el folklorista, hasta conseguir que su dedicación sea considerada algún día entre los músicos de oficio como una profesión cualificada y reconocida.
       Pero por si esto fuese poco, ya hace algún tiempo que le vienen dando por otro lado: por el de los antropólogos y etnólogos, que también son profesionales, con el derecho de reconocimiento recién adquirido y dispuestos, en legión, en estos tiempos de paro, a acotar el campo que como especialistas les pertenece. Helos ahí, decididos a dar muestras de la originalidad de sus conocimientos, haciendo objeto de sus cursos, tratados y libros los temas más inéditos y peregrinos, y descubriendo los ocultos significados que escapan a aquellos otros que, como el músico folklorista, se quedan en aspectos liminares y marginales, sin llegar a tocar fondo.
       Escúcheseles y léaseles demostrando, por ejemplo, la connotación himénica del portal barrido en los cantos de boda que se entonan a la puerta de la novia, o el significado ritual de la meada infantil en corro; descubriendo la fuerza desinhibidora del golpear del piértigo al son de los cantos de maja, o desvelando el deseo de juventud perenne que late bajo las estrofas del romance del Conde Niño; aclarando el significado erótico del triangulo invertido en la petrina del pantalón del gaitero, o recordando la eficacia del repique de campanas contra el granizo de la tormenta.

"Hoy no creemos en Santa Bárbara, y así nos van las cosas" (palabras de un antropólogo, pronunciadas totalmente en serio, durante una entrevista en Radio 2).

       Para estos especialistas de la antropología, el folklorista músico no es más que un indocumentado, incapaz de discernir el oculto significado de una melodía, según el día y la hora en que se cante, según el rito, costumbre o tarea a la que acompañe. En opinión de muchos de ellos, transcribir una tonada y llevarla a las páginas de un libro, para que algún eventual lector pueda disfrutar de su belleza musical, es poco menos que un delito ecológico. Y un cancionero tradicional no es más que un cementerio de melodías, una vitrina llena de tonadas disecadas, desprovistas de su entorno vivo.
       Pues a pesar de todo lo que antecede, heme aquí, dispuesto a aprovechar el escaso margen que unos y otros especialistas y profesionales dejan al estudioso del folklore musical y a escribir, en esta página que se me brinda, acerca de músicas un tanto celestiales, (como reza en el título que he dado a estas líneas) que a muy pocos suelen interesar. Bien es verdad que lo hago primero y sobre todo porque me gusta, y porque en cierto modo me apasiona ese mundo tan sugerente de la música de tradición oral, de la música viva, hoy ya casi en agonía, al que me convertí ya hace años desde la música que llaman "culta", sin dejar tampoco ésta por completo.
       Pero también lo hago, he de confesarlo, porque abrigo la esperanza de que algunos de los que me lean se animen a acercarse a ese caudal, casi inagotable, de la música de tradición oral, en el que pueden encontrar a cada paso verdaderas obras del más puro arte musical, aunque breves, dada la forma concisa en que el pueblo suele expresarse.

"Yo estoy convencido de que cada una de nuestras melodías populares, populares en el sentido estricto de la palabra, es un verdadero modelo de la más alta perfección artística. En el campo de las formas simples, las considero obras maestras, exactamente como en el campo de las formas complejas son obras maestras una fuga de Bach o una sonata de Mozart. Pero su concisión y su insólita manera expresiva son justamente los elementos que las hacen de difícil efecto sobre el término medio de los músicos o de los melómanos.
Al músico de nivel medio, generalmente, lo que más le interesa de toda obra musical es el conjunto de habituales, de triviales formulitas, que él conoce bien. Solamente los lugares comunes en que él está adiestrado le provocan placer: entonces no debe asombrarnos que la música popular haya tenido escasa fortuna entre estos músicos.
En definitiva, aparte de cualquier otra consideración, podemos decirlo sin rodeos: la música popular enseña la esencialidad de la expresión, es decir, y en sustancia, justamente aquello que nosotros buscábamos, después de la prolija expansividad de la música romántica" (Béla Bartók, "Música popular y nueva música húngara", en Escritos sobre música popular).


      Como todo aquel que ama su oficio y está afanado en lo que trae entre manos, porque además de proporcionarle el apoyo sobre el que la diaria existencia ha de sustentarse, encuentra también en ello no poca satisfacción y placer, espero yo que en más de uno de los que se detengan en estas líneas prenda el interés por el folklore musical, que a mí me trae bien entretenido. De otros no menos apasionados por esta música y entregados a su estudio y conocimiento me llegó a mí el contagio. Recordar sus nombres (Federico Olmeda, Dámaso Ledesma, Eduardo Martínez Torner, José Antonio de Donostia, Bonifacio Gil, Manuel García Matos y tantos otros) es, hoy, citar autoridades indiscutibles, músicos de prestigio reconocido, que en tiempos todavía no muy lejanos tuvieron que abrirse camino hacia el campo de la música de tradición oral, en medio de una multitud de músicos rutinarios e indiferentes, cuando no, también ignorantes. Y recordar a tantos otros compositores de reconocido renombre (desde Falla a Mompou son innumerables) que, además de creadores de pura música sin referencia alguna a lo popular, se acercaron también a ella con más o menos frecuencia, hasta descubrir y desvelar las vetas más hondas de las sonoridades que laten en ese caudal secular, es casi tópico, de puro repetido.
       Pero no estará de más el hacerlo, para cubrirse un poco ante posibles menosprecios. Pues es cierto que no corren hoy vientos muy propicios para que aquellos que escriben música de ésa que llaman de vanguardia tomen para alguna de sus obras una pizca al menos de material temático de origen tradicional (¿lo conocen siquiera?), aunque sólo sea para desintegrarlo, en ese juego que siempre hizo avanzar la creatividad musical.
       Pero parece que al mismo tiempo se perciben algunos atisbos de que un mayor conocimiento de la música popular puede llegar a cumplir cierto papel relevante en el campo de la pedagogía musical, en el de la iniciación a la música vocal e instrumental, en el de la formación coral. Y sobre todo, cómo no, en el vastísimo campo de la práctica de ella (¿pues no nos ha sido dada ante todo para endulzar la vida?), sin la pretensión del profesional que vive en permanente inquietud y tensión al no haber logrado aparecer todavía en las páginas del la Historia de la música española contemporánea, o en alguna reseña critica de la prensa nacional, o al menos, para pequeño consuelo, en la sección provinciana de las revistas especializadas.
       Por fortuna el campo de la música es muy dilatado, y para todos hay lugar en él. Y también, cómo no, para los que pensamos, siguiendo a Béla Bartók, que un músico puede estar en la brecha de la creatividad más renovadora, y al mismo tiempo unido al pasado, más o menos inmediato, por las raíces, sin las que parece que todo ser viviente, al menos hasta ahora, acaba por secarse sin haber llegado a dar fruto maduro.
Flautaytamboril